
"Quizá nos dan hoy vergüenza nuestras prisiones. El siglo XIX se sentía orgulloso de las fortalezas que construía en los límites y a veces en el corazón de las ciudades. Le encantaba esta nueva benignidad que reemplazaba los patíbulos. Se maravillaba de no castigar ya los cuerpos y de saber corregir en adelante las almas. Aquellos muros, aquellos cerrojos, aquellas celdas figuraban una verdadera empresa de ortopedia social. A los que roban se los encarcela; a los que violan se los encarcela; a los que matan, también. ¿De dónde viene esta extraña práctica y el curioso proyecto de encerrar para corregir, que traen consigo los Códigos penales de la época moderna? ¿Una vieja herencia de las mazmorras de la Edad Media? Más bien una tecnología nueva: el desarrollo, del siglo XVIII al XIX, de un verdadero conjunto de procedimientos para dividir zonas, controlar, medir, encauzar a los individuos y hacerlos "dóciles y útiles". Vigilancia, ejercicios, maniobras, calificaciones, rangos y lugares, clasificaciones, exámenes, registros, una manera de someter los cuerpos, de dominar las multiplicidades humanas y de manipular sus fuerzas se ha desarrollado en el curso de los siglos clásicos, en los hospitales, en el ejército, las escuelas, los colegios o los talleres: la disciplina. El siglo XIX inventó, sin duda, las libertades; pero les dio un subsuelo profundo y sólido -la sociedad disciplinaria de la que seguimos dependiendo [...]. Bajo el conocimiento de los hombres y bajo la humanidad de los castigos se encuentra cierto dominio disciplinario de los cuerpos, una forma mixta de sometimiento y de objetivación, un mismo poder-saber. "
Michel Foucault (1975): Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión, Madrid: Siglo XXI Editores 1976 (edición original: Surveiller et punir, Paris: Editions Gallimard).
La publicación de Vigilar y castigar a mediados de los setenta supuso un claro ataque del filósofo francés Michel Foucault contra la supuesta "benignidad" de nuestro sistema penitenciario. A los ojos del hombre moderno aparecía como una marca del progreso ilustrado el abandono de un sistema penitenciario en el que los condenados eran ejecutados públicamente mediante crueles torturas, para sustituirlo por nuestro sistema actual, en el que se encierra al individuo para corregirlo.
Para Foucault, el nacimiento de las cárceles modernas no puede ser entendido como el resultado de un progreso social encaminado a la mejora y reinserción de los individuos. Más bien, la cárcel constituiría la expresión arquitectónica de un cambio de las representaciones y las objetividades que acompañan al nacimiento de una nueva sociedad, en la que el aumento de la población, el cambio en los sistemas de producción y los avances técnicos exigirán nuevas y más eficientes formas de control.
Una figura singular destaca en la exposición de Foucault: el panóptico (pan-óptico = todo-visión):


El panóptico es una figura arquitéctónica inventada por el filósofo J. Bentham en 1791. A pesar de que sus primeros esfuerzos no tuvieron resultado, en el transcurso de medio siglo el dispositivo de la arquitectura panóptica se convertirá en un modelo para la construcción y organización, no sólo de cárceles, sino también de cuarteles, talleres, hospitales y colegios. ¿En qué consiste el dispositivo panóptico?
"En la periferia, una construcción en forma de anillo; en el centro, una torre, ésta, con anchas ventanas que se abren en la cara interior del anillo. La construcción periférica está dividida en celdas, cada una de las cuales atraviesa toda la anchura de la construcción [...]. Basta entonces situar un vigilante en la torre central y encerrar en cada celda a un loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un escolar. Por el efecto de la contraluz, se pueden percibir desde la torre, recortándose perfectamente sobre la luz, las pequeñas siluetas cautivas en las celdas de la periferia. Tantos pequeños teatros como celdas, en los que cada actor está solo, perfectamente individualizado y constamente visible. El dispositivo panóptico dispone unas unidades espaciales que permiten ver sin cesar y reconocer al punto [...]. La visibilidad es una trampa."
[203s.].
Foucault describe el dispositivo panóptico como una "máquina de disociar la pareja ver - ser visto". En efecto, quien se encuentra en alguna de las celdas de la periferia es siempre visto sin poder jamás ver a aquel que le observa desde la torre central; en cambio, quien esté situado en ésta lo ve todo, sin ser jamás visto.
Mediante esta peculiaridad, el nuevo sistema penitenciario ejerce una forma absolutamente novedosa de poder, una tecnología del poder sobre los individuos por mediación de la vigilancia constante. No se trata tanto de ejercer una vigilancia y un castigo efectivo sobre el condenado, sino más bien de lograr un sistema de representaciones que permita inscribir la disciplina en el interior de su subjetividad, mediante la organización de sus emplazamientos y sus tiempos, mediante la acumulación de una serie de técnicas ejercidas sobre su cuerpo. Por ello, el efecto más importante del panóptico es "inducir al detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder" [204].
Así, el sistema penitenciario actual no se muestra meramente como una técnica más "humanitaria" con respecto al sistema del XVII. No se trata de un sistema más humanitario, sino más complejo, sofisticado y eficiente. El modelo del panóptico permite, por ejemplo, que el condenado se sienta vigilado cuando ni siquiera existe un vigilante en la torre. De este modo, el poder no es ejercido por el vigilante ni por la misma institución: es el propio condenado el que se vigila a sí mismo, al tener la conciencia cierta de poder ser vigilado en cualquier momento sin poder determinar nunca cuándo y cómo se produce esto. El propio condenado reproduce por su cuenta las coacciones del poder, "inscribe en sí mismo la relación de poder en la cual juega simultáneamente los dos papeles; se convierte en el principio de su propio sometimiento" [206].
Ahora bien, la tesis verdaderamente central de
Vigilar y castigar es extraída por Foucault mediante la ampliación o extrapolación del dispositivo panóptico a la generalidad de los sistemas sociales e institucionales de las democracias modernas. Este modelo, sin dejar de conservar ninguna de sus peculiaridades, "está destinado a difundirse en el cuerpo social; su vocación es volverse en él una función generalizada" [211]. La radicalidad del filósofo francés reside por lo tanto en su defensa de que nuestras sociedades
libres han sido construidas como una red panóptica, que reproduce a todos los niveles y en relación con todos los individuos que la componen las mismas técnicas de coerción que se emplean en las cárceles desde el siglo XIX. Pues el panóptico supone principalmente la posibilidad de una implementación difusa, múltiple y polivalente de los sistemas disciplinarios en el cuerpo social. Ya en la sociedad de principios de siglo XX el poder "democrático" se ha instalado sirviéndose de los instrumentos que posibilitan una "vigilancia permanente, exhaustiva, omnispresente, capaz de hacelo todo visible, pero a condición de volverse ella misma invisible" [217]. Para Foucault, de esta forma, la génesis de la sociedad moderna coincide con la génesis de una sociedad
disciplinaria.
A mi juicio, Foucault ofreció con esta obra una de las claves que nos permite entender aspectos importantes de la sociedad en la que vivimos. A pesar de su prematura muerte en 1984, sus análisis ofrecen un marco teórico para enjuiciar el desarrollo de los mecanismos de control tras los desarrollos tecnológicos de las últimas décadas.
Foucault advertía que la ampliación del dispositivo panóptico a todos los niveles del cuerpo social no se apoya necesariamente en unas condiciones arquitectónicas. Este dispositivo se encuentra presente en una sociedad si un gobierno consigue implementar, de la forma que sea, esa maquinaria que permite disociar la pareja "ver - ser visto". Y el desarrollo de la tecnología y la informática en los últimos años permite una perfección de esta maquinaria hasta límites que reproducen con demasiada fidelidad el panorama descrito por George Orwell en
1984.
Sólo en Reuno Unido hay instaladas actualmente 4,2 millones de camaras de vigilancia, según queda recogido en el
Report on the Surveillance Society (2006), de forma que un ciudadano de Londres puede ser grabado en 300 momentos o lugares diferentes en un sólo día. A la vez, 35 millones de vehículos pueden ser seguidos mediante sistemas adicioneales de vigilancia (v.
aquí).
En estos momentos, Sarkozy se encuentra en plena escaramuza malabarística para que se acepte el llamado fichero
Edvige, un plan aprobado ya por decreto y que permitirá extender los ficheros de la policía a todas las personas mayores de 13 años "susceptibles de atentar contra el orden público", así como a personas que hayan participado en actividades políticas, sindicales o económicas, o que desempeñen un "rol social significativo" en el ámbito social, institucional, económico o religioso. Justamente hoy
El País le dedica en su editorial estas palabras a dicho plan: "Sea o no revisado el decreto en cuestión, el caso de Francia ilustra el progresivo control y vigilancia del ciudadano que se respira en las sociedades democráticas, con el argumento de la seguridad pero también con grave menosprecio de las libertades".
En Alemania, el Tribunal Constitucional ha aprobado la "legalidad" de que la policía instale "troyanos" o spyware (programas espía) en el ordenador de un sospechoso con el objeto de investigarlo y encontrar pruebas incriminatorias en su contra. Mediante este tipo de programa, la policía alemana puede conocer con el permiso de un juez la identidad de un usuario de internet, los contenidos de su disco duro, la lista de los programas que utiliza, los archivos descargados desde la red, las direcciones de páginas web que visita, así como cualquier operación realizada por éste a través de la red o mediante su ordenador, tales como el envío de correos electrónicos o el establecimiento de conversaciones vía Skype o Messenger (v.
aquí).
Pero lo más grave de esto último es que el Parlamento Europeo ha intentado ampliar a hurtadillas este modelo a toda la Unión Europea mediante las denominadas "
enmiendas torpedo", que ya recibieron atención en este blog. Será a finales de este mes cuando se conozca qué resolución final han tomado "nuestros" eurodiputados.
Una sociedad de vigilancia como la europea se convierte en una sociedad disciplinaria desde el momento en que el ciudadano, no sólo es vigilado, sino principalmente
se siente vigilado. Es el propio ciudadano el que interioriza que cada uno de sus movimientos actuales (ahora legales) está siendo observado y puede convertirse en cualquier momento, bajo circunstancias que él no controla, en ilegales o, al menos, en sospechosos. Éste tampoco controla qué cambio político o histórico puede provocar que la información recopilada por el Estado sobre su persona se vuelva "interesante" en el futuro. De hecho, el 11-S, del que hoy se cumplen siete años, hizo que muchas personas pasaran a convertirse en "interesantes" a ojos de las autoridades estadounidenses.
Según Foucault, el dispositivo panóptico no es una anomalía de las sociedades democráticas, sino más bien un fenómeno estructural que le es esencial, de forma que al mismo reconocimiento de las libertades le acompaña la implementación de mecanismos por los cuales el poder y el dominio pueden ser interiorizados por el individuo, quien se convierte de una vez en vigilante de sí mismo.
Se dirá que tales mecanismos de control permiten evitar de forma eficiente atentados contras las personas, la infracción de delitos en internet como la pedofilia, etc. Con todo, creo que no corresponde hablar de "eficiencia" si el coste de esta vigilancia supone convertir a todo ciudadano en sospechoso
de facto.
No faltará quien pueda constatar que al menos él no tiene nada que ocultar, por lo que prefiere ser vigilado si con ello el Estado lo protege y le hace sentirse más seguro. Hace unos años el filósofo estadounidense Richard Rorty sostenía en un artículo (
El País, "Fundamentalismo, enemigo a la vista", 23 de marzo de 2004) que el verdadero reto que suponía para la democracia el terrorismo islamista radicaba realmente en la cantidad de libertad que los ciudadanos estarían dispuestos a ceder a cambio de su seguridad.
Así, hace siete años surgió con ocasión del 11-S la posibilidad de una nueva forma de gestionar y contrarrestar el avance de las libertades individuales, una forma que debía corresponder justamente a aquellos estados en los que, una vez ahuyentados los fantasmas del fascismo y del comunismo, no era posible dar marcha atrás en el reconocimiento de los derechos humanos y los logros de la democracia. Si en nuestras sociedades modernas ya no es posible negar arbitrariamente a un ciudadano sus derechos, posiblemente la única opción disponible para un sistema disciplinar es esperar que el propio ciudadano ceda libremente sus derechos a cambio de que el Estado lo proteja de sí mismo, convirtiéndolo simultáneamente en vigilante y en sospechoso.