sábado, 6 de febrero de 2010

Adorable, sexy, dulce y gracioso

Daniel Dennett es uno de los filósofos más influyentes de la actualidad, además de representar uno de los personajes con mayor capacidad de divulgar de forma amena y divertida ideas de gran interés filosófico. Es algo que demostró suficientemente con su libro Darwin's Dangerous Idea (1995), que llegó a quedar finalista en el certamen National Book Award, un premio al que difícilmente pueden optar ensayos de filosofía.
Como su título indica, en su libro Dennett se encarga de resaltar por qué la "peligrosa idea de Darwin", la idea de la selección natural, supone una verdadera revolución en la historia del pensamiento. Según Dennett, la idea formulada por Darwin en El origen de las especies (1959) ofrece por primera vez una explicación de cómo el orden y la organización de la naturaleza pueden ser generados a partir del desorden, mediante un proceso ciego y mecánico que no sea dirigido por un relojero inteligente como Dios.
Antes de Darwin, los filósofos ya habían puesto en duda las pretensiones racionales de las explicaciones científicas de índole teleológica (Hume) o, al menos, habían optado por no extraer consecuencias metafísicas de tales explicaciones (Kant). Pero el poder de la teoría del Diseño inteligente era perfectamente inmune a tal prudencia escéptica. Mientras que no se ofreciese una explicación positiva sobre cómo es posible la generación del orden aparente del mundo desde un proceso contingente o azaroso, la explicación creacionista-teológica seguiría presentándose como más plausible y convincente.
Esto es algo que se observa con claridad en uno de los textos dedicados por Leibniz a la disputa contra el escepticismo. En Conversation du Marquis de Pianesse et du Pere emery eremite (1680 aprox.) éste recoge en la opinión del político escéptico una idea de Lucrecio (siglo I a. C.) en la que se formula con claridad la concepción general de la selección natural:

Usted sostiene que la Providencia es la que forma, por ejemplo, todo lo que se encuentra tan felizmente unido en la estructura de los animales. Eso sería razonable si no se tratara más que de algunas causas naturales. Pues cuando vemos un poema no dudamos de que lo ha compuesto un hombre; pero cuando se trata de toda la naturaleza hay que razonar de otro modo. Lucrecio, siguiendo a Epicuro, se valía de algunas excepciones que deterioran mucho el argumento que usted ha expuesto tomado del orden de las cosas: "Pues -dice- los pies no están hechos para marchar, sino que los hombres marchan porque tienen pies" (De rerum natura, IV, 825). Y si usted pregunta de dónde procede que todo concuerde tan bien en la máquina del animal, como si estuviera hecho adrede, Lucrecio le dirá que la necesidad lleva a que las cosas mal hechas perezcan y que las bien hechas se conserven y se manifiesten solas: así, aunque hubiera una infinidad de cosas mal hechas no podrían subsistir entre las demas" (AA, VI, 4, C, 2266; Olaso 272).
Ante esta objeción, Leibniz le concede al escéptico que no podemos ofrecer un argumento definitivo contra esta explicación, es decir, no podemos demostrar que sea imposible que el orden del mundo se haya generado de un modo contingente y mecánico. Ahora bien, si tanto la explicación teológica que recurre a la intervención de la Providencia como la concepción de la selección natural son igualmente posibles, la primera es para Leibniz mucho más plausible y convincente, pues desde luego se conforma mejor con nuestro sentido común y lo que Leibniz denominaba "certeza moral". Así, el personaje representado por el ermitaño, la "voz" de Leibniz en el diálogo, declara:

Estoy de acuerdo en que esa ficción no es imposible, hablando en términos absolutos, es decir, que no implica contradicción [...]: pero también es poco creíble suponer que una biblioteca entera se formó un día por un concurso fortuito de átomos [...]. Si me transportaran a una nueva región del universo en que viera relojes, muebles, libros, construcciones, apostaría audazmente todo lo que tengo a que ésa sería obra de alguna criatura razonable, aunque sea posible, hablando en absoluto, que no lo fuera y se pudiese imaginar que acaso hay un país en la extensión infinita de las cosas en que los libros se escriben solos [...]. Por tanto, la verosimilitud de esta suposición es como infinitamente pequeña, es decir, moralmente nula y, por consiguiente, hay certeza moral de que es la Providencia la que gobierna las cosas (2268; Olaso 273s.)
Leibniz estaba tan seguro de que su concepción teológica era la más razonable que era capaz de apostar a esta idea todo su patrimonio. Por suerte para él, Darwin escribió El origen de las especies un siglo y medio después de la muerte del primero. El valor de su teoría de la evolución consiste en mostrar que la concepción alternativa no sólo es posible en términos absolutos, sino que además la generación del orden puede explicarse de forma positiva a partir de un proceso ciego y mecánico como la selección natural, de forma que la naturaleza sería, a pesar de la apuesta de Leibniz, una biblioteca en la que los libros se escriben solos.
Dennett ilustra algunas de estas ideas en una divertida conferencia impartida en 2009. No tiene desperdicio: "Sweet, Sexy, Cute and Funny".



2 comentarios:

Una admiradora secreta dijo...

Tu si que eres adorable, sexy, dulce y gracioso,jejejeje!!recuerdos de mi perra.

Anónimo dijo...

Hola, muy interesante el articulo, saludos desde Mexico!