lunes, 2 de febrero de 2009

El azul infinito de esta Habana

Estaba convencido de que mi viaje a Cuba (Varadero, Santa Clara, Matanzas, La Habana) durante el mes de enero, y por razones que nada tienen que ver con el turismo, daría lo suficiente de sí como para escribir una entrada interesante en este blog. Nada más lejos de la realidad, pues ahora, ya veis, prefiero no escribir ni una palabra sobre Cuba. Confesémoslo, a los españoles nos encanta hablar de nuestra antigua colonia, da igual si para condenarla como asentamiento de todos los males de la humanidad o para defenderla como depositaria de nuestros ideales. Cualquiera de estos juicios no tiene demasiado sentido, por tratarse justamente de nuestros juicios, y no del juicio crítico, sobrio y maduro que es capaz de emitir el mismo pueblo cubano sobre sí mismo.
Por eso me limito a dejaros un par de testimonios. No soy muy bueno con la cámara, a pesar de lo cual he colgado algunas fotos de La Habana, uno de los lugares más mágicos, contradictorios y cautivadores que he visitado. Y como yo no tengo el don de transmitir lo mágico, mejor os dejo un escrito de una habanera que, por ser partícipe y creadora de esa magia, sí es capaz de hacerse cargo de la extraña belleza de esta ciudad.























EL AZUL INFINITO DE ESTA HABANA
Abro mis ojos al día y la efervescencia de la mañana destruye mi silencio de sueños. Me gusta levantarme y caminar descalza hacia la terraza, respirar hondo el aire fresco y liviano. Apoyar mis codos en el balcón y recorrer con la vista el azul infinito de esta ciudad hermosa.
El mar, en el horizonte, limita y amplía mi vista, abraza esta ciudad y la inunda y le da luz. Me gusta caminar por las calles, perderme entre el ajetreo cotidiano, sentirme parte de la vida de cada persona con la que me cruzo, tratando de descubrir esa luz interior que los embellece de alguna forma.
Siento esta ciudad respirar bajo mis pisadas. Siento en mi piel la suya. Experimento esa suciedad limpia de los edificios, ese revuelo de colores, olores, gritos, sábanas, música, arte y vida en mi cuerpo todo.
Esta Habana se abre y me enseña, bajo la luz dorada y cálida del amanecer, el verde único de los árboles, sus árboles y también los míos. Yo tengo un árbol que beso entre los pliegues de la corteza y acaricio sus nudos rudos y ásperos cada mañana. Yo creo que me habla (aunque a veces mi mente me tiende trampas) y yo le hablo, por si me puede escuchar.
Subir por la calle G es sentirse en un sueño de brumas boscosas, mármoles manchados, monumentos de zapatos sin cuerpo, bancos sin asientos, pero aún hermosos y los eternos enamorados perdidos que suben incansables la colina.
Desde el monumento blanco de la estatua negra se contempla ese sueño que se desliza hacia abajo como un río y se pierde en el mar. Y se ven todos los pequeños ríos de calles de números y letras enmarañarse bajo la copa de los árboles entre casas de aspecto solemne, otras descarriadas y algunas aristocráticas de puros laberintos interiores.
La calle L es más moderna y más real, llena hasta el tope de mujeres flacas y gordas en licras, melenudos universitarios, timbiriches, colas de guaguas y camellos, cinéfilos, turistas en bermudas y sandalias, mujeres que venden su alma y hombres con almas de mujeres. La cumbre de este reino de locos es la Universidad de La Habana con su escalinata extenuante y su madre de brazos abiertos.
Mas allá empieza la conga, los orishas, los rezos y la vida mas dura. Estilos se entremezclan, iglesias y templos que compiten en grandeza y altura, guardavecinos como encajes que se esconden entre ventanas enmohecidas, balcones contra la ley de la gravedad y ropas tendidas en alambres. Centro Habana es una amalgama de mundos antagónicos, una ciudad cosmopolita, barroca y a veces casi irreal. Con sus calles anchas va envejeciendo siguiendo la línea del Malecón hasta llegar a la Habana Vieja.
Ésta es la parte de la ciudad que mas amo, quizás porque me maravilla su belleza de vieja coqueta, su acertijo de calles de nombres sonoros, el polvo de siglos que transpiran las casonas coloniales, los adoquines, las verjas, los balcones, todo. Me gusta caminar esas calles, adentrarme en ese mundo perdido en el tiempo y el espacio. En la Habana Vieja me siento segura, rodeada de aguas tibias que me abrigan y me llevan de un lado a otro deslumbrada de tanta luz, suciedad y colores.
Obrapía, Cuba, Mercaderes, Obispo, todas me las conozco, a todas las amo, las admiro y las recorro. Por eso me gusta tanto caminar sin norte preciso, sin orden ni preferencia, caminar por el simple hecho de hacerlo y de sentirme viva. El puerto, vaivenes de barcos, de amores, de ron, de petróleo, de comida y de tabaco. Oscuro espejo al que la ciudad se vuelca con todas sus virtudes y defectos, errores y aciertos, héroes y hombres comunes que viven el hoy sin pensar en el mañana. Aguas negras de ondas que se expanden infinitas, de pequeñas patanas que de milagro las atraviesan atestadas de gentes, animales y sudores.
No sé cómo ya estoy en el Morro. Creo que tal vez volé, no lo se. Estoy parada en la baranda en lo mas alto del faro con el viento golpeándome la cara y el sol besándome los labios. Así, con el mar bajo mis pies y la ciudad en el horizonte ante mis ojos me hace entender el hipnotismo mágico y embriagador que atrapa a los forasteros.
La ciudad se extiende infinita de oeste a este con sus barrios de obreros: La Víbora, Santo Suárez, Lawton, Cerro; con sus barrios de palacetes de arquitectura exquisita: Miramar, Playa, Siboney; con su reguero de casas como puntos, sus árboles que la invaden como un hongo verde. Abajo la vida transcurre, el mundo cambia y la gente aún se ama.
Una guitarra se oye a lo lejos. Acaricia mis oídos con sus notas imprecisas, con sus suspiros rasgados. El sol me da de frente en la cara mientras las nubes navegan en un azul imposible. El sol, la música, las nubes, el cielo, el calor, la vida incesante que se mueve a mí alrededor me hace decirte así, despacio, casi sin pensarlo: ¡Cómo te quiero mi Habana!

(Camila Valdés León, 13 años, noviembre del 2001)

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero Manolo, ¿La Habana es Cádiz con más negritos?

Gracias por estas bonitas postales.

Anónimo dijo...

no, la habana es la habana, con negros, blancos y turistas

El autogiro dijo...

Pues a mí sí me gusta lo que haces con la cámara... Qué envidia de viaje, yo nunca he ido por ahí.

Sanchez dijo...

¿Cómo que no has ido? Pues ya te estás pillando un vuelo... No me puedo creer que la mayoría de los españoles vayan allí para meterse en un todo incluido de Varadero y no salir de allí. Pégate un vueltazo por la Habana, Joaquín, y te tiras un año dibujando sin parar. Y Berlín, ¿lo conoces? Desde aquí os mando un saludo.
Por cierto, Ayla - Laya?

El autogiro dijo...

Estuve cuatro días en Berlín, de Inter-Rail, con veintitrés años. Seguro que ya ahora es otra ciudad. Entonces estaba aún dividida en dos, y cruzada por un muro al que dejaban que los turistas nos asomáramos para hacer fotos al otro lado, que aparecía así como una especie de zoológico. Mis recuerdos del día que pasé en Berlín Este están entre los más memorables de mis viajes.
Tomo nota de tu recomendación cubana, y no te preocupes, nunca viajado (ni lo haré) con un "todo incluido", qué angustia...
Pásalo bien, viajero.

Anónimo dijo...

ayla-ayla, de una novela un poco maluca pero el personaje de esta mujer era precioso.

Sanchez dijo...

Y yo sin saber que eras tú...