miércoles, 28 de mayo de 2008

Dedos

Después de andar todo el día encerrado tecleando bibliografías con el ordenador, me han alegrado el día estos dos gigantes, que sí emplean los dedos en pasárselo bien:



Biréli Lagrène con Sylvain Luc, "Made in France".

sábado, 24 de mayo de 2008

Harold Pinter I

"En 1958 escribí lo siguiente: "No hay grandes diferencias entre realidad y ficción, ni entre lo verdadero y lo falso. Una cosa no es necesariamente verdadera o falsa; puede ser al mismo tiempo verdadera y falsa."
Creo que estas afirmaciones aún tienen sentido, y aún se aplican a la exploración de la realidad a través del arte. Así que, como escritor, las mantengo, pero como ciudadano no puedo; como ciudadano he de preguntar: ¿Qué es verdad? ¿qué es mentira?"
(Harold Pinter, Inicio del discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura de 2005: Art, Truth & Politics).




jueves, 22 de mayo de 2008

Pizarros, Zaplanas... y Taguas

Esta semana el gobierno ha conseguido evitar en el Congreso la reprobación del nombramiento de David Taguas como presidente de SEOPAN, principal lobby dedicado a promover y defender los intereses de las mayores empresas constructoras españolas, como Acciona, ACS, FCC, Ferrovial, OHL y Sacyr Vallehermoso (7,1 % del PIB).
Lo gracioso es que este señor había sido anteriormente nada más y nada menos que el director de la Oficina Económica de la Moncloa y, por tanto, uno de los principales asesores del Presidente del Gobierno en materia económica. Es de suponer que alguna influencia tuvieron sus decisiones en el sector de la construcción.
La ley de incompatibilidades del personal de la Administración Pública impide a altos cargos desempeñar en los dos años siguientes a su cese actividades privadas "que se relacionen directamente con las que desarrolle el departamento donde estuviera destinado" (ver aquí).
Sin embargo, esta incompatibilidad no se presentaría si la asociación en cuestión a la que se incorpora el alto cargo no tiene "animo de lucro". Éste ha sido uno de los principales argumentos esgrimidos por el Gobierno, pues según la Ministra de Administraciones Públicas, Elena Salgado, "una asociación [como SEOPAN] no debe interpretarse de la misma forma que una empresa".
Por otro lado, a Elisenda Malaret (PSOE) le resulta "inaudito" que el parlamento trate de controlar con esta reprobación a la "sociedad civil". También la ministra Salgado debe de pensar que los grupos de poder y sus intereses pertenecen a la misma sociedad civil, al negar que "SEOPAN pueda ser considerada un grupo de presión que defiende intereses contrapuestos a los generales" o al sostener que "las asociaciones de empresas son parte activa de la sociedad y contribuyen al crecimiento económico" (ver aquí).
Es un disparate pensar que la actividad política desarrollada por Taguas desde la Moncloa no tenía nada que ver con los intereses económicos del sector de la construcción. Tan activa ha sido su influencia a este respecto en la pasada legislatura que parece difícil no ver los 300.000 euros anuales que cobrará de SEOPAN como un merecido premio por los servicios prestados. Desde la Oficina Económica, Taguas declaraba sus buenas intenciones en relación con las grandes constructoras: "El Gobierno es buen conocedor de las preocupaciones de la construcción y le seguirá escuchando y apoyando en todo lo posible" (ver aquí). Este ánimo de escucha y apoyo quedó especialmente patente en 2007. Durante este periodo, Taguas y Sebastián presenciaron y apoyaron con el visto bueno de Zapatero la ingente migración de capitales que se produjo desde el sector de la construcción al energético, en plena OPA por Endesa. Esto permitió que las grandes constructoras consiguieran salvar los muebles frente a la incipiente crisis abandonando el barco del boom inmobiliario. Mientras tanto, los ciudadanos (o la sociedad civil) ni siquiera sabíamos que había motivos para saltar del barco, y aquí seguimos.
La ministra Salgado tiene razón al insinuar que a los ciudadanos nos irá muy mal si a las constructoras les va mal. Pero esto no significa en absoluto que a nosotros nos irá bien durante la crisis si a estas empresas les va bien. Identificar sin más los intereses de las grandes empresas con los intereses de los ciudadanos que conformamos la sociedad civil es un argumento más propio del neoliberalismo que de la socialdemocracia: "si a los ricos y poderosos les va bien, todos participaremos de esa riqueza". Al parecer, ya quedaron atrás los discursos de la campaña, en los que el PSOE era el partido de los currantes, donde no cabían ni Pizarros ni Zaplanas.
Posiblemente ello explica que hayamos tenido que escuchar piruetas retóricas como que "una asociación como SEOPAN no debe interpretarse de la misma forma que una empresa". Claro que una asociación de empresas no es lo mismo que una empresa, pero esto no significa que lo que mueve a las empresas a asociarse sea algo distinto al ánimo de lucro. En eso radica justamente la definición de lobby o asociación patronal (ver aquí). Va a resultar al final que para la ministra un lobby es una asociación parecida a una ONG o a un club de nudismo.
La perversión retórica del lenguaje político fue una de las constantes del PP en la pasada legislatura, en relación a temas tan delicados como la legitimidad de los resultados electorales o los atentados de Madrid. Es de esperar que el gobierno no tome el mismo camino y cumpla con la necesaria condición de todo sistema democrático: la obligación de informar sin manipulación retórica sobre una política económica independiente destinada a la sociedad civil y no a los intereses de unos pocos.
(fuente de la ilustración)

lunes, 12 de mayo de 2008

El abuelo


El abuelo comenzó a quedarse sordo hace unos años. Al principio sus hijas y nueras más influyentes lograron convencerlo de que usara un audífono aparentemente inofensivo por diminuto, pero él acabó rechazándolo porque le hacía unos "ruidos muy raros". Así que ahora apenas oye, si bien a toda la familia le tiene intrigado que aún escuche a la abuela cuando sale cada día a buscarlo al huerto y le grita a lo lejos "¡Migueeeeeeé, el cafeeeé!".
Entonces llega al salón de la casa y se sienta en su sillón de siempre, con su escaso pelo todavía revuelto por culpa de la gorra sin la cual no sale a la calle. Oye poco, pero está dispuesto a convertirse en palabra y recorrer sus noventa años a la mínima oportunidad, para disfrute de quien tenga la suerte de escucharlo. A veces interrumpe su charla, y aprovecha para mirar dentro de sí con la excusa de que mira a algún punto indeterminado del suelo que él convierte sin esfuerzo en el agujero por el que se desliza el tiempo en un reloj de arena, con la salvedad de que en este reloj la arena no cae, sino sube.
Luego puede volver a comenzar con algún comentario aparentemente descolgado, pero nada confuso. Le ha llamado la atención que yo pueda llegar de Alemania en dos horas y cincuenta minutos.
-¡Un día empleábamos nosotros para ir en tren de "aquí" a "allí"...!- No consigo acordarme ahora de dónde está "aquí" ni a cuánto queda de "allí", pero tanto el "aquí" como el "allí" se encontraban entonces en guerra civil. Mi falta de memoria la compensa él, mencionando cosas como "y entonces tuvimos que estar todo el día en la estación, esperando a que nos recogieran... Que me acuerdo que yo llevaba mi maleta medio abierta, porque se le había roto una hebilla...".
También se acuerda de otras cosas de por aquellos años. Me cuenta que una vez en la trinchera se dio cuenta de que su compañero de al lado no paraba de llorar y maldecir mientras éste ayudaba a cargar la artillería. Como algo así no tiene nada de particular, me lo explica de golpe: "... es que lloraba porque al otro lado vivían su mujer y sus hijos, en el pueblo que atacaban". Entonces vuelve a quedarse callado y pensativo, se entretiene en tocar la arena que ha cubierto ya las losas del salón, sin necesidad de moverse ni de abandonar su expresión sosegada y curtida. La abuela me ayuda a entenderlo y sirve de intermediario cuando le sigo preguntando -a ella sí la oye. Me mira y sigue explicándome:
-¿Qué iba a hacer él...? -dice en un murmullo mientras sus ojos brillan. Vuelve a bajar la vista, esta vez moviendo la cabeza de un lado a otro-. Aquello era una locura!
No hay quien pueda entender a la primera la necesidad contenida en ese "¿Qué iba a hacer él?" si no ha tenido que vivirlo o, mejor, sufrirlo. Hay cosas que no se las ven bien con el pensamiento, como intentar entender que pueda llegar a ser racional bombardearse a uno mismo. Si aquel chico se hubiese negado a atacar, hubiera sido ejecutado allí mismo, como uno que le había precedido, y otro recluta le habría sustituido en su puesto, para hacer exactamente lo mismo, con la desventaja de que entonces su familia, de sobrevivir, sería una familia huérfana de la posguerra. Aquel chico no era ni un loco ni un monstruo, era un chico normal que ya no necesitaba que le explicaran nunca más qué significa el tener que elegir ante un dilema moral. El problema es que no podemos decir que hacía mal, por crudo que pueda ser escribir esto, pero también sería absurdo pensar que hacía bien. Una guerra civil es la expresión más grave del absurdo que significa cualquier guerra: verse obligado a aniquilarse a uno mismo, justamente por ser ésta la única opción de que dispone quien desea protegerse a sí mismo y a los suyos.
Si tal elección puede llegar a resultar "racional", ésta sólo puede haber sido tomada en un sistema en el que el ejercicio de la libertad no conduce al reconocimiento de los individuos, sino paradójicamente a su dominio.
Pero entre los resquicios de un contexto así también asomaba la astucia de personas con conciencia clara de que aquella pelea no iba con ellos, por más que ellos fueran quienes peleaban. Pues el abuelo también me había contado otro día lo que ocurría cuando los mandos se relajaban o hacían la vista gorda. Entonces los dos bandos comenzaban simultáneamente un alto el fuego, sin que nadie lo hubiera decidido previamente. Se trataba de un acuerdo tácito y espontáneo que se resume en la consigna "si tú no me disparas, yo no te disparo". Pero lo interesante es que este acuerdo no había sido pronunciado por nadie, y a pesar de ello todos lo comprendían y respetaban. Esto permitía incluso que los reclutas se animaran a lanzar comentarios al otro bando, no sólo para insultarse y burlarse del otro, sino también para solidarizarse en torno a un mismo "¡en menuda nos han metido...!". Según el abuelo, la situación podía transcurrir así hasta que la conversación se calentaba y alguno rompía ese frágil equilibrio:
-Y entonces uno le mentaba la madre al otro y ya lo estropeaba todo, y comenzaban otra vez a pegar tiros.
No son historias tristes, ni mucho menos pesimistas. Y no sólo muestran el sufrimiento que alguien puede llegar a padecer, sino principalmente la fuerza de quien involuntariamente hace valer su memoria y su juicio como denuncia, sin mostrar nunca rencor ni odio, pues posiblemente ésa sea la única forma de vencer en una guerra.
Luego seguimos hablando de otras cosas, y la abuela vuelve a contar algo de lo que ambos presumen a menudo:
-Nunca nos hemos peleado, ¡ni una riña!-. El abuelo sonríe tiernamente, me imagino que como cuando tenía 18 años.
Luego sigue preguntándome por mis cosas; hacía mucho que no lo visitaba.
-¿Y traes muchos días de permiso?

lunes, 5 de mayo de 2008

Rayuela, capítulo 7



(Voz de Julio Cortázar)
"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua."

(Julio Cortázar, Rayuela, capítulo 7).